lunes, 3 de octubre de 2011

Esto denotaba menosprecio.

Debería haberme quedado en lo bonito, en lo tierno pero ya es difícil, estaba caminando y llegué a un lugar lleno de caballeros y uno llamó mi atención cuando este señor de la armadura y casco me mira de reojo solamente porque no tiene a nadie más a quién mirar, porque puede y quizás prejuicia, porque lo hace con recelo, tanta desconfianza en su mirada no sé a qué se debe, como si hubiese cambiado mi ser en menos de un minuto a algo aborrecible, pésimo no sé, pero desvié la mirada para ocultarme, mi mirada revelaba todo lo que sentí en aquel momento en el que me derrumbé de a poco por miedo a ser un asco y un fracaso a lo largo de la vida misma. Cómo saber qué creía de mí dicho caballero ilustrado que se supone que es más conocedor que yo, y yo siendo una principiante más novata que cualquiera, que se equivoca más que cualquiera y trata de mejorar como cualquiera, pero a la hora en que capto todos los errores me doy cuenta que no soy mediocre y me siento algo aliviada, lista para dormir sin algo que interrumpa mi sueño. Y sí, no tenía cómo saber por qué me miraba de esa manera que me dolió tanto, si yo no lo conozco, pero parece que él a mí sí. Fui a hablar con el señor que arreglaba mis zapatos viejos para dejarlos un poco mejor que antes, su trabajo era bastante pobre pero iba ahí porque al encontrarme con él me sentía como en casa, como nunca me he podido sentir realmente en mi hogar, así que iba ahí para poder conversar un rato mientras él me escuchaba y se esforzaba ligeramente en cambiar la planta del zapato, arreglar las puntas, cambiar los cordones de cuero, y así yo mirando hacia la ventana, mirando el exterior iluminado y el interior opaco reflejaba un poco como me sentía: cambiante y a la vez con mis creencias muy claras pero distante y fría, siempre sin entregar mi corazón a nadie tan fácilmente para así no salir tan dolida a fin de cuentas. Y siempre esto se trata sólo de mí, después les incluiré más personajes en esta historia sin motivo aparente, pero creo que si lo tiene. Estuve en la morada del señor como dos horas, él era ya mayor, con su pelo plateado llegando a ser blanco, estaba arrugado y tenía una mirada cansada con algo de tristeza quizás por la vida que ha llevado, su hermosa mujer se fue, sus hijos se fueron, sólo quedaba él y se le notaba tanto que tenía un vacío en su corazón, se me partía el alma verlo así porque a pesar de no conocerlo lo estimaba como si fuera cercano mío, importante, indispensable, siempre que iba me servía una taza con café y unas galletas de mantequilla, siempre con una sonrisa para mí me las entregaba, tenía poco trabajo y yo mucho tiempo así que gastarlo en él y ahí me era de hecho algo placentero, ya que sabía que ese tiempo no lo iba a ocupar de una mejor manera, me fui de ese lugar con mis zapatos listos para una nueva batalla, batalla con la realidad por supuesto a la que no me quiero aferrar muchas veces, camino con un paso ligero, pero se nota en mis pisadas algo de decepción, locura, y qué más da... ganas de correr y lo hice hasta que mi cuerpo me pidió que me detuviera. Había pasto y me senté ahí, divisé en la lejanía un caballo que se acercó rápidamente y se quedó a mi lado, era hermoso por lo demás con su crin larga, sus ojos resplandecientes, su pelaje brillaba, su color enamoraba, tenía algo especial definitivamente y lo acaricié, desde ese momento supe que ese corcel era mío y yo de él. Lo tomé y fui a un destino incierto, lo alimenté y se echó a mi lado, estaba inquieto y no descifraba el por qué, se escuchaban pasos despacio, pero poco a poco subieron la intensidad y alguien tocó mi hombro, miré y era el caballero que hace un día atrás me miró con indiferencia y despego que denotaba menosprecio, pero le había cambiado la cara, estaba con la mirada amable y apacible, miró al caballo y dijo unas palabras que me sorprendieron ''este corcel era mío, pero veo que ahora te pertenece'' yo sentía lo mismo, pero jamás pensé que aquel le pertenecía y le pregunté cómo llegó hasta acá, me dijo que no era necesario saberlo todo, me sonrió y siguió su camino alejándose rápidamente. El caballo y yo recorrimos muchos lugares, ambos sin necesitar nada ni a nadie más, así fue por horas, días, meses... Definitivamente fue la época más feliz de mi vida.

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